viernes, 27 de junio de 2014

Vale la pena ser "Imbécil"

CÉSAR A. GARCÍA E

Y es así como, cada vez, el descaro es la marca de los “inteligentes y hábiles”.

Consentir es aceptar y dejar hacer; el “consentidor” se hace corresponsable de los hechos del “consentido”. Nuestro país, sumido en la miseria, injusticia e impunidad, ostenta gobernantes, cada vez más sinvergüenzas que se atreven, sin pensarlo, a presumir su riqueza espuria y hasta proponer rompimientos constitucionales, facilitar leyes mercantilistas a favor de empresas “amigas” e irrespetar cuanta autonomía institucional existe… solo puede ser el resultado –más que de la multiplicación de corruptos– de la proliferación endémica de consentidores.

El reino de los “consentidores”, se fundamenta en el dicho: “la vergüenza pasa… pero el pisto queda en casa” y, es así, como cada vez el descaro es la marca por la que son reconocidos los “inteligentes y hábiles”, así llamados desde la perspectiva decadente y relativista que gobierna con especial énfasis al tercer mundo… y el pudor y la decencia, han quedado como la señal de ser uno un “idiota inadaptado”. Quien se antepone a la corriente del “consentimiento del mal” que genera riqueza tan expedita como sucia, es llamado “imbécil”, ello porque los consentidores que actualmente lideran: opinión pública, entidades gremiales, corporaciones mercantilistas, academia, sindicatos y organizaciones estudiantiles, son esos valores los que trasladan todos los días, con su doble moral hedionda que –solo los “imbéciles”– percibimos. 

Sin ser –para nada– cercano al frívolo círculo diplomático, en 2005 –creo– el exembajador de EE. UU. en Guatemala, James Derham, me invitó –según decía la tarjeta– “a una taza de café”. Berger llevaba poco tiempo en el poder y asistí puntualmente, tomándome dos tazas, con una champurrada; fue una reunión grata y abierta, a la cual asistía también su encargado de prensa. El embajador –afable y sencillo– me increpó sobre “la negatividad” de mis análisis como columnista, asegurándome –en medio de la plática– que Berger era buena gente y sus amigos (financistas), también lo eran. Le dije al embajador, algo así como: “Le falta conocer cómo funciona nuestro país, la próxima vez que converse con ellos, pregúnteles si hubiesen contratado a Berger, en algunas de sus empresas”. La plática fue larga, terminando con una broma ya en la puerta de la residencia: “todavía tiene visa” me dijo, despidiéndonos con una carcajada.

El modus operandi –de los consentidores– siempre ha sido el mismo, estar tras el “titiriteatro”, majando a sus títeres, sin importar si lucen “matones” como Portillo, mandilones como Colom, babosos como Berger o bravitos como Pérez… el prerrequisito es ser corrupto e incompetente. Allí atrás, entre las excretas de los titiriteros, se empeña el futuro del país, se deciden los grandes negocios y se resuelve ignorar la desgracia humana que nos tiene a la zaga de la civilización… allí se negocian puestos desde la Junta Monetaria, hasta la Corte de Constitucionalidad, allí se reparte la fafa o pauta publicitaria oficial y se define qué medio debe morir. Le enseñaré a mis hijos y nietos –hasta mi último aliento– que cuando los “consentidores” les digan –si se animan– imbéciles, deben sentirse honrados… porque van por el camino recto ¡Piénselo!

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